Volvía el jueves del aeropuerto bajo la lluvia cuando en la subida de Coimbra me llamó la atención esta bicicleta blanca. Me baje y vi que era una intervención urbana. Saqué la foto rápido porque llovía y lo digital se lleva mal con el tiempo de invierno. Al ver la foto descubrí el pequeño afiche que había en la columna. La bicicleta pintada de blanco recuerda a un ciclista que fue atropellado allí. Quizás aparezcan otras en la ciudad. Quizás deberían aparecer también señales de las personas atropellada y de lo que se lastiman, a veces para siempre, adentro de las máquinas rodantes. Sería bueno que proliferaran estas señales hasta que no soportemos más esta violencia cotidiana, de andar chocando unos con otros, de llevarse unos a otros por delante, atropellarlos, ingnorarlos y liquidarlos. Es la violencia de todos los días. Casi banal, no tiene fines políticos, ni religiosos ni viola ningún tratatado internacional. Pero es la violencia que tenemos todos adentro, aunque no nos demos cuenta, y corrermos y corremos pasando por arriba de los otros. Pagan caro los que van a pie o en bicicleta. Cambiamos las máquinas y la electronica fácil, las neuronas son duras, la cultura también.
